El hombre de Newfoundland (1/4)

  Aguirre, Jabier
Ilustraciones realizadas por Javier Ruisánchez García, licenciado en Restauración y Conservación de Pintura y Escultura por la Universidad de País Vasco (UPV) y profesor de Comunicación Gráfica e Ilustración en la Escuela de Arte de Valladolid. Ganador de la Bienal de Florencia. Éstas formaron parte de la exposición Llanes y las ballenas (Julio 2015-Enero 2016) organizada por el Excmo Ayuntamiento de Llanes, de la que fue comisario el periodista y gestor cultural Higinio del Río Pérez.

Ilustración. Javier Ruisánchez García

El frío que envolvía el ambiente presagiaba la inminente llegada del invierno. A pesar de ello, la pequeña aldea costera bullía de actividad, debido a que la mayoría de las tripulaciones dedicadas a la caza de ballenas en Terranova se reunía en el pequeño poblado de Newfoundland a mercadear con los productos derivados de la ballena.

El año había resultado productivo y en los hornos para fundir la grasa de ballena aún rezumaban restos e impregnaban el ambiente con el olor nauseabundo característico. Era difícil la comunicación en un entorno en el cual se mezclaban gentes de diferentes países e idiomas , algunos – los menos , como Peter Mc Gregor – tenían residencia fija en la zona y al comenzar la campaña se embarcaban como tripulantes en los barcos que les contrataban campaña tras campaña, entremezclándose con soldados franceses que recalaban en la zona en busca de provisiones y de un resguardo puntual que les ofrecía breves momentos de asueto y de diversión en la pequeña cantina que recibía a clientes de lo más variopinto.

Peter era un arponero de gran reputación a pesar de su juventud. Sus padres murieron siendo él un niño y se tuvo que ganar la vida con la única herencia que recibió de su padre, una increíble destreza como arponero y un arpón que Peter mimaba desde que lo recibió y que siempre le acompañaba, afilándolo y engrasándolo con aceite de lengua de ballena , el más caro y preciado. Era un trabajador infatigable y debido a su precisión y fuerza, el nivel de capturas que conseguía le aseguraba año tras año un puesto en los mejores balleneros de diferentes banderas.


Ilustración. Javier Ruisánchez García

Aquel era uno de los mejores días del año, se recibía el jornal de toda una campaña de caza de ballenas. Gran parte de las tripulaciones se reunían al abrigo de la cantina para disfrutar de una copiosa cena y se repartían las monedas de manera proporcional a las capturas y al rango de cada tripulante, donde el arponero era uno de los más reputados. Peter recibió una bolsa llena de monedas, lo que le hacía sentir cada vez más cercano su sueño de ser armador de un barco ballenero y poder reclutar su propia tripulación, siempre junto al mar que le arrebató a su familia y que le permitía sobrevivir como un reputado ballenero. Sabía que hubiera colmado de orgullo a sus padres.

Los efectos del alcohol comenzaban a hacerse patentes entre el gentío, con canturreos y bailoteos propios de las diferentes culturas y orígenes. En ese momento, Peter decidió que ya era hora de retirarse y evitar las habituales discusiones y peleas por lo que se escurrió entre la multitud, se embutió en su abrigo y con paso vivaz se dirigió hacia su casa entre los muelles.

Caminando entre aquellos muelles de madera podía oír unos pasos que le seguían con dificultad. Miró súbitamente hacia detrás y pudo ver a un par de ebrios militares franceses, un oficial y un soldado que caminaban tras sus pasos.

Le restó importancia a la situación en un principio, justo hasta que uno de ellos se dirigió a él en tono amenazador solicitando unas monedas. Peter dudó un instante pero sacó de su bolso dos monedas para un par de botellas de Whisky ofreciéndoselas con humildad. El oficial le lanzó un manotazo a la cara increpándole y solicitando a gritos que les facilitase la bolsa de monedas. Viendo el cariz que tomaba la situación, Peter decidió salir corriendo para evitar la trifulca aunque pudo sentir como los soldados franceses iban tras él. De repente pudo oír un disparo y el zumbido de un proyectil rasgando el aire a su lado, con lo que decidió encaramarse rápidamente a uno de los balleneros amarrados al muelle con la intención de esconderse. Los dos soldados se acercaban lentamente, sabían que Peter estaba escondido en el barco y no tenía escapatoria. Peter también era consciente de la situación así que, con lentitud, quitó la funda de cuero que cubría la punta del arpón que siempre le acompañaba con la esperanza de no tener que recurrir a él pero si llegaba el caso, no lo dudaría.

Mientras el oficial recargaba su mosquetón, el soldado se disponía a embarcar en el ballenero con el pistolón dispuesto para disparar. La situación se había tornado peligrosa así que Peter decidió actuar. Tomó una pequeña viga utilizada para atrancar las escotillas del barco y la lanzó con todas sus fuerzas contra el soldado que, tras recibir el duro impacto ,se desplomó sin sentido . El oficial balbuceó unas palabras en francés y se dispuso a apuntar a Peter con el mosquetón. Podía diferenciar su silueta en la penumbra y estaba a punto de abatirlo. Solo necesitaba un segundo más para cubrir aquella silueta con la mirilla del mosquetón. Demasiado tiempo. El oficial apenas si pudo escuchar un silbido agudo cortando el aire justo un instante antes de sentir un fuerte impacto en el pecho que le hizo desvanecerse mientras apretaba el gatillo. Peter le había lanzado su arpón y este le había atravesado el corazón con una extraordinaria precisión. El oficial yacía en el suelo mientras borbotones de sangre manaban de su pecho lo que presagiaba graves problemas para Peter que no podría justificar aquella muerte, así que tomó una rápida y dura decisión. Arrancó el arpón del pecho del oficial y con presteza se embarcó a hurtadillas en el San Juan. Sabía que pertenecía a los vascos, un pueblo de avezados navegantes que, incluso ,llegaron a circunnavegar la tierra no muchos años atrás y que cruzaban el Océano Atlántico en sus periplos a la caza de las ballenas. El barco zarpaba esa misma mañana con las bodegas repletas de barriles de saín, barbas y demás productos procedentes de la caza del citado cetáceo.


Ilustración. Javier Ruisánchez García

Peter no se atrevía a salir de su escondrijo. Aquella circunstancia suponía un grave problema para la tripulación de aquel barco por dos motivos. Las provisiones suelen ir ajustadas al número de tripulantes y él era un fugitivo que había matado a un oficial del ejército francés.

Valoración

(Puntuación media: 9.7 - Votos enviados: 19)

Comentarios

Ana
2017-10-18 15:49:46

Muy chulo esperando la siguiente entrega

Ángela
2017-10-18 16:06:47

Deseando saber que le pasa a Peter, muy buena pinta tiene el relato.

Iratxe
2017-10-18 18:22:52

Pero... por qué me dejas así??? Que le pasa a Peter??? Quiero saber, quiero saber....

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