El hombre de Newfoundland (4/4)

  Aguirre, Jabier
Ilustraciones realizadas por Javier Ruisánchez García, licenciado en Restauración y Conservación de Pintura y Escultura por la Universidad de País Vasco (UPV) y profesor de Comunicación Gráfica e Ilustración en la Escuela de Arte de Valladolid. Ganador de la Bienal de Florencia. Éstas formaron parte de la exposición Llanes y las ballenas (Julio 2015-Enero 2016) organizada por el Excmo Ayuntamiento de Llanes, de la que fue comisario el periodista y gestor cultural Higinio del Río Pérez.

Ilustración. Javier Ruisánchez García

Los días venideros fueron de febril actividad en el pueblo, despedazando las piezas y preparando los hornos para la fundición de la grasa, carpinteros preparando los barriles contenedores del saín resultante de la fundición.... Entre aquella vorágine había algo que llamaba especialmente la atención de Peter.

A pesar del olor nauseabundo, del ambiente grasiento y el entorno sanguinolento, no podía dejar de fijarse en aquella muchacha con el pelo recogido en un pañuelo y un delantal embadurnado que se afanaba en derretir los pedazos de grasa de ballena que le llegaban . Se llamaba Pantxike y vivía con su hermano más joven en la casa anexa a la fuente, lo que complementaba su nombre con el de Iturriondo en alusión a la familia que vivía al lado de la fuente.


Ilustración. Javier Ruisánchez García

Era una muchacha menuda que había tenido que salir adelante sola desde muy joven, teniendo que trabajar en busca de sustento para ella y su hermano menor a la muerte de sus padres -que fallecieron ahogados en una extraña y súbita tormenta de verano que denominaban galerna diez años atrás mientras faenaban a escasa distancia de la costa- y que no había dedicado tiempo a las relaciones sociales a pesar de haber sido largamente cortejada por Juan de Atorrasagasti, el arponero rival de Peter. Esa circunstancia hacía que Peter se sintiese identificado con ella además de atraído irresistiblemente por aquella figura menuda de largo cabello oscuro siempre recogido en un pañuelo.

Mientras, Juan se había enrolado como arponero en San Juan para la campaña del año del señor de 1565 en Terranova según rezaba en su contrato. Iba a Newfoundland con un objetivo que iba más allá de la misma temporada de caza de ballena. Esperaba su momento para poder deshacerse de Peter resarciéndose de la deshonra a la que le había sometido aquel jovenzuelo extranjero, arrebatándole el puesto de arponero que su familia había ostentado desde siempre y a sabiendas que su oportunidad estaba por llegar.

Aprovechando su estancia en Newfoundland y a espaldas de sus compañeros, puso en conocimiento de un destacamento francés la ubicación de Peter. El caso de Peter era especialmente grave debido a que el oficial al que Peter atravesó con su arpón era hijo de un gobernador francés y una sustancial recompensa por la cabeza de Peter era un aliciente demasiado jugoso.

El pequeño pueblo ballenero del cual Juan era oriundo estaba peligrosamente cerca de la costa francesa, cerca de la ruta que seguían los barcos en sus trayectos hacia los puertos normandos, lo cual facilitó la creación de una expedición para capturar a Peter y una gran satisfacción a Juan el arponero.

Aquel verano, Peter solicitó la ayuda de Pantxike para mejorar con el idioma aceptando esta sin demasiado interés en un principio. Solamente después de unas cuantas jornadas en las que Peter contaba a Pantxike sus vicisitudes en su tierra natal, historias de balleneros y de lejanas tribus con lenguajes incompresibles hizo que ambos fuesen estrechando su relación compartiendo cada vez más tiempo después de los quehaceres diarios, Peter como pescador mientras llegaba la campaña de la ballena y Pantxike en los arduas labores diarias preparando también la campaña de la ballena. La relación entre ambos se consolidó hasta el punto de que Miguel - hermano de Pantxike- acompañaba a Peter a la pesca y este le enseñaba las particularidades de la caza de ballena.

El estío tocaba a su fin cuando una brumosa mañana unos gritos despertaron súbitamente a Peter. Pudo reconocer gritos en un lenguaje que reconocía perfectamente. Era francés. Advirtió que venían tras él y que aquello significaba el final de su etapa más feliz. Sabía que si permanecía en aquel poblado que le había acogido como a uno más, solo les acarrearía sufrimiento, sobre todo a Pantxike.


Ilustración. Javier Ruisánchez García

En aquel momento ella apareció, rogando a Peter que huyese mientras las lágrimas recorrían sus sonrojadas mejillas. Peter la miró con la congoja que supone saber que sería la última vez que vería a Pantxike y por primera vez en su vida sintió el tibio resbalar de una lágrima por su curtida tez. Beso en la mejilla a Pantxike y le entregó su bien más preciado, su arpón. “Guárdalo con cariño…” le dijo mientras las voces se acercaban peligrosamente. Peter comenzó a correr en dirección al bosque al límite del pueblo. Un soldado dio el aviso, le habían visto y comenzaron a perseguirlo mientras Peter corría con todas sus fuerzas hacia el bosque. No sabía identificar si el dolor que sentía en el pecho provenía del esfuerzo físico de la huida o era a resultas de tener que huir de lo que el más quería por segunda vez en su joven vida. Ya había sentido antes el agudo zumbido de un proyectil rasgando el aire a escasos centímetros de su cuerpo así que no se podía descuidar un solo segundo . La salvación estaba cerca. Era consciente de que aquellos escasos doscientos metros que le separaban del bosque suponían la distancia que le separaba de la felicidad y a la vez de la muerte, ya no había vuelta atrás. Un salto desde el muro, un sendero que se adentraba en el frondoso bosque de hayas y la dolorosa salvación, era el fin de la caza de ballenas, el fin de su relación con la amada mar y el fin de las cálidas noches abrazado a Pantxike, de los largos paseos por la orilla del mar observando maravillados los rojizos atardeceres de verano…. el fin.

Pese a que la luz a duras penas permitía distinguir el horizonte, el pueblo bullía de actividad. La casa al lado de la fuente estaba rodeada de vecinos que murmuraban en tono feliz en espera de un acontecimiento que estaba a punto de llegar, al fin una buena noticia tras el inesperado naufragio del San Juan en la ensenada de Newfoundland que supuso la pérdida de varios tripulantes, entre ellos la de Juan el arponero. El llanto de un bebé se superpuso al incesante murmullo, la muchacha de Iturriondo había dado a luz un precioso bebé, un bebé de pelo rojizo como el atardecer del verano entrante. Pedro Ilegorria Balea Ehiztaria , el cazador de ballenas.

FIN

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