El hombre de Newfoundland (3/4)

  Aguirre, Jabier
Ilustraciones realizadas por Javier Ruisánchez García , licenciado en Restauración y Conservación de Pintura y Escultura por la Universidad de País Vasco (UPV) y profesor de Comunicación Gráfica e Ilustración en la Escuela de Arte de Valladolid. Ganador de la Bienal de Florencia.Éstas formaron parte de la exposición Llanes y las ballenas (Julio 2015-Enero 2016) organizada por el Excmo Ayuntamiento de Llanes , de la que fue comisario el periodista y gestor cultural Higinio del Río Pérez .

Ilustración. Javier Ruisánchez García

Aquella mañana de otoño el tintineo de la campana de la atalaya sobresaltó a Peter que en un instante se vistió su casaca, se armó con su arpón y se acercó al embarcadero de la ensenada de donde partían las traineras en busca de las ballenas. Peter se subió ilusionado el primero a la embarcación con el arpón en la mano, pero un empujón le lanzó hacia atrás mientras Juan de Atorrasagasti, el arponero oficial, le reprendía la acción y le conminaba a remar con fuerza. Esto hizo que el joven se sintiera defraudado, pero en la tensión del momento decidió ponerse a remar al unísono con sus compañeros al ritmo marcado por el patrón.

Peter podía oír el resoplido de las ballenas y girando la cabeza alcanzaba a ver a lo lejos el chorro de su respiración. Aquello le emocionaba y no podía dejar de pensar en el crucial momento del arponeo cuando, súbitamente, el patrón comenzó a chillar dirigiéndose a los remeros e incrementando el ritmo de remada con gritos cada vez más nerviosos.

Por la banda de estribor se acertaba a ver la tripulación del pueblo vecino enfilando la trayectoria de la ballena. Todos remaban al límite de sus fuerzas. Peter sentía que sus pulmones le ardían mientras sus antebrazos le pedían un respiro al límite del agarrotamiento. Los gritos del patrón se entremezclaban con los gemidos y las respiraciones forzadas de los tripulantes de la pequeña trainera que con los dientes apretados en busca de ese último esfuerzo, se afanaban por conseguir restar esos escasos metros que les separaban de la captura. Estaban cerca, casi tenían la ballena a tiro de arpón cuando sonó un zumbido sordo cruzando el aire - un sonido familiar para Peter- seguido del grito de júbilo de la tripulación rival y la decepción de Felipe, el patrón local. El arponero rival había sido más rápido consiguiendo de esta manera arrebatarles la pieza.



Ilustración. Javier Ruisánchez García

El retorno a tierra fue lento y decepcionante. Peter no dudaba de que hubiera atinado a la ballena antes que el arponero rival pero no era su puesto, por el momento.
Una vez en tierra se tomaron un tiempo de descanso, había sido un día duro y el esfuerzo físico cercano a la extenuación. Habría que esperar a la siguiente oportunidad…. Si se presentaba.

El invierno estaba próximo a su fin y con él la temporada de ballenas, así que todos esperaban oír de nuevo el tañer de las campanas que les ofreciese una nueva oportunidad. La tensión de la espera se diluía a medida que avanzaba la estación y los días se iban alargando tímidamente mientras se podía ver en la lejanía el humo de los hornos preparados para derretir la grasa de ballena del pueblo vecino e incluso, cuando el viento soplaba a favor, aquel hediondo olor resultante de la fundición.

Aquella mañana la mar amaneció revuelta, las espumas en las crestas de las olas delataban la marejadilla. Nadie salió a faenar a la espera de circunstancias más favorables pero, justo entonces, el tañer la campana azuzó los preparativos para salir a la captura de la ballena.
A Peter le tocó sentarse en esta ocasión en el banco más próximo al patrón mientras el tañer de las campanas delataba una novedad, no era una sola ballena sino tres, “una pareja adulta y una cría probablemente“ pensó Peter.


Ilustración. Javier Ruisánchez García

Comenzaron a remar al ritmo habitual mientras la situación se volvía a repetir, desde el pueblo vecino partía una trainera dispuesta a arrebatarles la captura.

Peter sentía de nuevo aquella asfixia pero tanto él como sus compañeros remaban con todas sus fuerzas en aquel incomodo y revuelto mar, embarcando alguna ola de vez en cuando, que el arponero se afanaba en achicar. Esta vez no estaban dispuestos a perder, sufrirían hasta la extenuación. A medida que ambas tripulaciones se acercaban, la tensión se acumulaba en ambas tripulaciones y Peter lanzó un aviso al patrón. ¡¡Txikienari !! gritó desde su puesto. Peter pretendía que se persiguiese a la ballena más pequeña mientras el patrón dudaba. Se miraron a los ojos y finalmente Felipe, el patrón, decidió hacer caso y perseguir a la cría que estaba ligeramente separada de los adultos y que iba de nuevo en dirección este, justo hacia la tripulación rival. Ambas embarcaciones se acercaban en paralelo al pequeño cetáceo, casi rozando los remos de ambas tripulaciones, mientras los individuos adultos le seguían a cierta distancia. Peter miraba de reojo al ballenato mientras veía como el arponero rival se preparaba para lanzar su arpón mientras Juan, su arponero, a duras penas podía mantener el equilibrio en aquella mar arbolada.

Sin pensárselo dos veces dejó su remo y saltando entre los cuerpos de sus compañeros consiguió llegar hasta la proa donde, aún jadeante, arrebató el arpón a Juan empujándolo hacia la popa. La fuerza y precisión con la que lanzó el arpón llenó de incredulidad a aquella tripulación que daba ya por perdida la captura. El pequeño ballenato se encontraba ya herido de muerte. El arponero rival miraba a Peter con perplejidad porque la distancia a la que había arponeado al pequeño cetáceo denotaba que el arponero era excepcional. La alegría duró poco ya que mientras ellos se afanaban en rematar el pequeño ballenato, sus vecinos enfilaron a una de las grandes ballenas que se había detenido seguramente para ayudar a su cría. Juan increpó a Peter mientras le lanzaba un puñetazo que le alcanzó en el labio, había arponeado el pequeño ballenato y a cambio había dejado en manos de sus rivales una de las ballenas adultas, triste bagaje.

Mientras se acercaban a tierra, la tripulación no se mostraba demasiado contenta con la maniobra salvo Peter, que sonreía mientras se secaba la sangre del labio. El pequeño cetáceo era arrastrado fácilmente mientras otra trainera del pueblo se acercaba para ayudarles en el transporte. Juan el arponero se subió en esta segunda trainera increpando a Peter y culpándole de la mísera captura de un ballenato en lugar de un ejemplar ya adulto mientras recogían la captura y la acercaban a tierra para proceder a su despiece.

Sorpresivamente, Peter solicito a la exhausta tripulación de la pequeña trainera volver a la zona de la captura, solicitud que no fue acogida con demasiado entusiasmo. Hubo de escuchar los reproches de los tripulantes por haberse hecho con el pequeño ballenato en vez de por un ejemplar adulto pero Peter les respondió con una sonrisa “si hacemos un último esfuerzo, hoy será un gran día“. Felipe se aferro al remo que utilizaba para gobernar la trainera y comenzó a arengar a la tripulación para volver a remar, con un ritmo más tranquilo esta vez mientras Peter indicaba el rumbo a seguir, sobrepasando la trainera rival que se afanaba -auxiliado por otro grupo de traineras de apoyo - en desangrar la ballena hembra que habían arponeado mientras se regocijaban de la captura y del aparente fracaso de la tripulación rival. El fracaso era, en efecto, aparente pues al cabo de unas cuantas remadas más y en medio de aquella marejadilla el patrón acertó a distinguir el chorro de una nueva ballena a no demasiada distancia, ¡¡ era el macho!! , un gran macho que esperaba con poca esperanza el regreso de su hembra y la cría de ambos. Era una circunstancia cruel pero Peter sabia que si arponeaban primero al ballenato sus progenitores le esperarían ignorando el peligro, primero la hembra se acercaría y después el macho, con lo que resultaría especialmente sencillo arponearlos.


Ilustración. Javier Ruisánchez García

Así fue, se acercaron con sigilo al gran macho mientras Peter preparaba el arpón de nuevo y lanzaba un certero arponazo al lomo del cetáceo que provocó una densa hemorragia seguida de una inmersión tratando de huir de sus perseguidores. Peter dejó que se llevará el cabo que unía aquel enorme cetáceo con la frágil embarcación mientras anudaba firmemente el extremo final del cabo a la embarcación y lanzaba un aviso a la tripulación para prepararse para el tirón. Era aquí donde la habilidad del patrón era crucial para evitar que la trainera a se fuera a pique, ofreciese suficiente resistencia de arrastre como para agotar a la ballena y obligarla a retornar a la superficie donde la rematarían con las txabolinas utilizadas como sangraderas .A pesar de la marejadilla y de la fuerza de la ballena, el buen hacer de Felipe el patrón y del preciso manejo del arpón por parte de Peter propició que el animal no tardara en rendirse, aflorando a la superficie mientras iban llegando otras traineras de apoyo para ayudar a rematarlo y para colaborar en el arrastre hasta tierra.


Ilustración. Javier Ruisánchez García

Ese día Peter se ganó el respeto por parte del pueblo y, además, un gran enemigo en la figura de Juan el arponero que veía como Peter había ejecutado una astuta maniobra que les había reportado una jornada excepcional y al que él había en un arranque de ira que le dejaba en evidencia, había golpeado sin previo aviso. Aquella tarde, Peter pasó a llamarse Ilegorri en alusión a su tono de cabello pelirrojo herencia de sus ancestros Escoceses. Peter Ilegorri ,Balea ehiztaria - el cazador de ballenas -

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